La mujer caminaba muy lentamente. Hacía un día luminoso y
el mar, aunque tranquilo, también dejaba asomar su lado más salvaje.
La playa nudista estaba prácticamente desierta. Tan solo
un par de ancianos disfrutando del sol de junio y el hombre.
La mujer vestía ropa oscura y llevaba las manos en los
bolsillos. Avanzaba muy despacio hacia la orilla.
El hombre desnudo la estuvo observando durante mucho
tiempo. Esperó inmóvil hasta que la mujer se sentó en la arena mojada.
El viento comenzó a soplar más fuerte. Las cañas que
crecían entre las dunas se agitaron con rabia.
La mujer metió la cabeza entre las rodillas. Sus manos
revolvían las piedras que más brillaban.
El hombre se agachó a su lado, a una distancia suficiente
para ser escuchado. La miró de reojo y le preguntó si sabía por qué el mar era
de color azul.
La mujer siguió revolviendo las piedras mientras el
hombre le explicaba que el agua absorbe mejor los colores rojos y amarillos que
los azules.
El agua del mar seguía demostrando cómo los azules y
violetas rebotaban y eran captados por los humanos.
El hombre sintió un hormigueo en su brazo cuando la mujer
levantó la cabeza y se puso en pie.
La mujer sonrió y se quitó el vestido sin mirar al
hombre. Se metió muy lentamente en el agua. Su cuerpo estaba cubierto de sangre.
El socorrista supo que no había nada que hacer cuando los
ojos azules del hombre captaron la luz rojiza del atardecer.
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