LA RECEPCIONISTA


La recepcionista sonreía y decía "Buenos días" unas 300 veces por la mañana. Atendía entre unas 100 y 150 llamadas con las mismas palabras y el mismo tono de voz.
Se sentía como una especie de jarrón chino reluciente y vacío. La recepción era un lugar de paso que conducía directamente a las puertas de los ascensores o de las escaleras.
2 veces al día, la Recepcionista pensaba que aquel espacio se parecía más a un tanatorio o a un purgatorio que no a un lugar donde acoger a empresarios snobs.
Tenía prohibido colgar nada en las paredes, dar conversación a los visitantes, proporcionar información sin permiso de su superior, y pedir ir al lavabo más de dos veces al día, si no era por necesidad mayor.
No soportaba ese trabajo pero la Recepcionista necesitaba pagar facturas tanto como el aire  que respiraba.
Todos los viernes, cuando cerraba la centralita pensaba que la semana siguiente no sería tan pesada y que, quizás su destino cambiaría súbitamente.
El teléfono sonó. "Grupo García asociados. Buenos días".
Una voz contestó: "Ahora es el momento".
Por fin había conseguido decírselo.
Se levantó de la silla. Cogió el teléfono y golpeó  a la Recepcionista con el auricular, hasta la muerte.


Por MALURAS
Viladecans, 2014


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