ÉSTA ES TU CARA CUANDO ME MIRAS.


Durante todo ese tiempo había procurado evitarla. Eran amigas desde siempre, pero a Diana se la debía dosificar. Era capaz de hablar durante horas sobre detalles sin importancia, sobre personas que Elena no conocía, sobre temas que no le interesaban lo más mínimo. Al cabo de poco rato de quedar con Diana, Elena comenzaba a arrepentirse. La observaba con detenimiento y aprovechaba rápidamente el momento en que tomaba aire para lanzarle una pregunta que desviara el tema a otro lado o lo acabara zanjando. Sin embargo, a Elena le encantaba cómo se reía Diana. Se reía a carcajadas por nimiedades. Tenía una risa sincera, incontrolable y contagiosa. Así que, al cabo de cierto tiempo conseguía echarla de menos y ceder ante sus numerosos intentos por quedar. Faltan pocos minutos para que empiece la ceremonia. La sala está llena de gente que no conoce. Diana tenía muchos amigos. Ir con ella por la calle era pararse infinidad de veces a hablar con desconocidos y habituales. Elena se impacientaba y molestaba un poco con todos esos encuentros, pero entonces Diana los despedía con sus carcajadas de siempre, y Elena también se reía un poco, pero por dentro. Varios días antes de la muerte de Diana tuvieron una discusión. Elena estaba tan desconcertada con los acontecimientos que no conseguía recordar por qué se enfadó tanto con ella. Aquello no había estado bien y le dejaba un mal sabor de boca eterno. La misa fúnebre pasó entre sollozos, comentarios típicos de velatorio y preguntas sobre dónde estaba el cementerio. El féretro de Diana entró en el nicho. Lo sellaron. La muchedumbre se dispersó y Elena no conseguía desenganchar los pies de allí. Respiró hondo varias veces y se dio la vuelta. Inmediatamente después una gaviota se posó delante de ella. Elena la miró con extrañeza. Una carcajada incontrolable salió de su garganta hasta que se le desgarró la voz. La gaviota alzó el vuelo aterrorizada.
Elena se levantó al día siguiente con un dolor de cabeza insoportable. La muerte de Diana la había dejado en estado de shock. Se sentía como una olla a presión a punto de estallar. Mientras tanto tenía que seguir con sus rutinas de siempre y esperar a que el tiempo aliviara el dolor mudo y frío que se le escondía dentro. Se duchó, se vistió, se preparó el desayuno y lo tiró a la basura. Salió de casa. Cogió el coche y sin saber cómo llegó al trabajo. Entró y saludó como si nada. Ella no era una persona fría. Estallaría en cualquier momento. Lloraría durante horas, la enviarían para casa y, por fin, la pena y la rabia dejarían de presionar. Encendió el ordenador. Llevaba días sin consultar el mail. Un poco de trabajo probablemente le ayudaría a distraerse. A no pensar. Se le heló la sangre cuando vio un mensaje de Diana. Se lo había enviado el mismo día de su muerte. Elena temió encontrarse una carta de despedida, con algún reproche imperdonable, pero no tenía texto. Eso sí, Diana le había adjuntado la foto de una gaviota con cara de fastidio. Debajo había escrito: “ÉSTA ES TU CARA CUANDO ME MIRAS”

Por MALURAS
Viladecans, 2014
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